Edmundo Valadés Javier Villaurrutia
EDMUNDO VALADÉS, RETRATO OCULTO
por Juan Cu
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Recuerdo
que en los años noventa del siglo pasado, Edmundo Valadés prometió
enseñarme sus poemas de juventud, debido a que en su taller de narrativa
al que yo asistía, supuso que sabía algo de ello, de poesía, por las
críticas mías que de común se ofrecían en su taller a los cuentistas que
leían sus textos.
Y así lo hízo luego de terminar la sesión, cuando se habían despedido los talleristas, leyó sus poemas de juventud.
- Yo siempre quíze ser poeta,- dijo.
En unas hojas perladas por el tiempo a doble raya en formato a la italiana sin una sola arruga o doblez,
manuscritas con tinta extrañamente azul, de un azul desvaído ya casi
gris, una tinta como alguna vez el color de los cielos del altiplano de México, tristes, y dispuestos a la contemplación.
Los
poemas leídos por Edmundo Valadés me parecieron decorosos, mejor que
regular, y me pidió le dijera mi opinión acerca de los poemas.
Evadí
la respuesta para evitar alguna conclusión salvaje como las que
abundan entre el mundillo de la literatura en nuestro país, y le
pregunté a quién más le había leído sus textos, y dijo que a Javier
Villaurrutia, y que a él, a Javier, no le habían gustado sus poemas "y
que mejor me dedicara a la prosa, que no tenía nada que hacer en la
poesía", dijo.
Yo
le contesté que el maestro Javier Villaurrutia había exagerado un poco
con él, y que a lo mejor le tanteó su cuánta voluntad tenía por el
oficio de querer ser poeta, es decir Villaurutia le negó la entrada al parnaso y
usted Don Edmundo obedeció incorrectamente.
A Don Edmundo se le enrojecieron los ojos y
mirando a su alrededor como si quisiera despertar de un sueño de muchos
años, aspiró un poco de aire y me preguntó si creía yo que Villaurrutia
lo hubiése hecho por maldad.
No,
no creo que fuese por maldad, si fuera como usted dice Don edmundo,
Villaurrutia temería por la llegada de un gran poeta, y no, no es así. Lo que se
observa en sus poemas de juventud, Don Edmundo, es a un poeta que
escribe bien y correcto, pero que le hace falta la gran compañía de la
musa, es decir a sus poemas les faltan los años de experiencia dedicados
al oficio. Sonrío con una pequeña carcajada muda, bajó sus lentes para
observarme bién, como si deseara que lo que había afirmando fuese una
broma. Pero no, pensaba en que Villaurrutia había sido un tipo
insufrible y que don Edmundo coincidió en uno de esos malos días que
los poetas mayores tienen, y que lúdica e inocentemente destrozan como Cronos a Zeus el
posible oficio de un joven poeta.(1)
Nota :(1) Rubén Darío, entrevista con Paul Verlaine. Un ejemplo, diculpando las distancias :
El
encuentro con Verlaine en el café d'Harcourt fue delirante; el viejo
poeta bebía un líquido verdoso y parecía haber perdido toda lucidez.
Gómez Carrillo intentó hacerle una entrevista; ante su resistencia,
intermedió Darío invocándole la calidad de su poesía y la gloria con un
discurso acaso grandilocuente. Verlaine lo miró de pies a cabeza, con
más asco y displicencia que otra cosa, y replicó: "La Gloire? La Gloire?
Merde!".*Los raros. Rubén Darío. Prólogo de Juan Ramón Jiménez. Libros del Innombrable. Zaragoza, 1998. 304 páginas.
"Uno
de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche, en
el Café D'Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos
acólitos.Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su figura el
arte de Carrière. Se conocía que había bebido harto. Respondía de cuando
en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes, golpeando
intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con Sawa, me
presentó: ´Poeta americano, admirador, etc.´ Yo murmuré en mal francés
toda la devoción que me fue posible, concluí con la palabra gloria. . .
Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado maestro; el caso
es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la mesa, me dijo en
voz baja y pectoral:
´La gloire!. . . La gloire!. . . Merde! Merde encore!´ Creí prudente retirarme,
´La gloire!. . . La gloire!. . . Merde! Merde encore!´ Creí prudente retirarme,
y esperar para verle de nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca,
porque las noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el
mismo estado; aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico. Pobre. Pauvre Lélian!"