martes, 29 de enero de 2013


 Edmundo Valadés                                       Javier Villaurrutia

EDMUNDO VALADÉS, RETRATO OCULTO
por  Juan Cu
ESTE ARTÍCULO FUE CITADO POR LA CYCLOPEDIA.NET/WIKI (wikipedia) / DE LA BIOGRAFÍA Y TRABAJOS DE EDMUNDO VALADÉS.-GRACIAS-

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Recuerdo que en los años noventa del siglo pasado, Edmundo Valadés prometió enseñarme sus poemas de juventud, debido a que en su taller de narrativa al que yo asistía, supuso que sabía algo de ello, de poesía, por las críticas mías que de común se ofrecían en su taller a los cuentistas que leían sus textos.
Y así lo hízo luego de terminar la sesión, cuando se habían despedido los talleristas, leyó sus poemas de juventud.
- Yo siempre quíze ser poeta,- dijo.
En unas hojas perladas por el tiempo a doble raya en formato a la italiana sin una sola arruga o doblez,  manuscritas con tinta extrañamente azul, de un azul desvaído ya casi gris, una tinta como alguna vez el color de los cielos del altiplano de México, tristes, y dispuestos a la contemplación.

Los poemas leídos por Edmundo Valadés  me parecieron decorosos, mejor que regular, y  me pidió le dijera mi opinión acerca de los poemas.
Evadí la respuesta para evitar alguna conclusión  salvaje como las que abundan entre el mundillo de la literatura en nuestro país, y  le pregunté a quién más le había leído sus textos, y dijo que a Javier Villaurrutia, y que a él, a Javier, no le habían gustado sus poemas "y que mejor me dedicara a la prosa, que no tenía nada que hacer en la poesía", dijo.
Yo le contesté que el maestro Javier Villaurrutia había exagerado un poco con él, y que a lo mejor le tanteó su cuánta voluntad tenía por el oficio de querer ser poeta, es decir Villaurutia le negó la entrada al parnaso y usted Don Edmundo obedeció incorrectamente.
A Don Edmundo se le enrojecieron los ojos  y mirando a su alrededor como si quisiera despertar de un sueño de muchos años, aspiró un poco de aire y me preguntó si creía yo que Villaurrutia lo hubiése hecho por maldad.
No, no creo que fuese por maldad, si fuera como usted dice Don edmundo, Villaurrutia temería por la llegada de un gran poeta, y no, no es así. Lo que se observa en sus poemas de  juventud, Don Edmundo, es a un poeta que escribe bien y correcto, pero que le hace falta la gran compañía de la musa, es decir a sus poemas les faltan los años de experiencia dedicados al oficio. Sonrío con una pequeña carcajada muda, bajó sus lentes para observarme bién, como si deseara que lo que había afirmando fuese una broma. Pero no, pensaba en que Villaurrutia había sido un tipo insufrible y que don Edmundo coincidió en uno de esos malos días que los poetas mayores tienen, y que lúdica e inocentemente destrozan como Cronos a Zeus el posible oficio de un joven poeta.(1)

Nota :(1) Rubén Darío, entrevista con Paul Verlaine. Un ejemplo, diculpando las distancias :
El encuentro con Verlaine en el café d'Harcourt fue delirante; el viejo poeta bebía un líquido verdoso y parecía haber perdido toda lucidez. Gómez Carrillo intentó hacerle una entrevista; ante su resistencia, intermedió Darío invocándole la calidad de su poesía y la gloria con un discurso acaso grandilocuente. Verlaine lo miró de pies a cabeza, con más asco y displicencia que otra cosa, y replicó: "La Gloire? La Gloire? Merde!".*Los raros. Rubén Darío. Prólogo de Juan Ramón Jiménez. Libros del Innombrable. Zaragoza, 1998. 304 páginas.
"Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche, en el Café D'Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos acólitos.Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su figura el arte de Carrière. Se conocía que había bebido harto. Respondía de cuando en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes, golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con Sawa, me presentó: ´Poeta americano, admirador, etc.´ Yo murmuré en mal francés toda la devoción que me fue posible, concluí con la palabra gloria. . . Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la mesa, me dijo en voz baja y pectoral:
´La gloire!. . . La gloire!. . . Merde! Merde encore!´ Creí prudente retirarme,
y esperar para verle de nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca,
porque las noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el
mismo estado; aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico. Pobre. Pauvre Lélian!"